Sentía una cierta pesadumbre instalarse en mis quehaceres profesionales.
El arte de pensar, siquiera, en una tardía jubilación como empleado del estado, me hicieron sentir un miedo intenso, brutal, entremezclando mis ideas por el horror de tanta barbarie y mi condición de estrecho y cagón funcionario de estado.
Si las leyes laborales no sufrían alteraciones mayores, me vería, todavía, si la salud me lo permitiera, a los sesenta y cinco años delante de un ordenador, probablemente sensorial y cibernético que reiría de mis años consagrados, con inocencia y comodidad burguesa, a una estúpida silla de escritorio, contentándome mirar la vida desfilar por mi ventana.
Un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Salí a la calle empujado por el deseo de liberarme de esa esclavitud enfermiza y por el anhelo de enfrentar otros desafíos que le dieran sabor a mi vida y pudieran justificar mis estudios y, porque no decirlo, tranquilizar un poco mi conciencia alejándome, en buena hora, de esa atadura estatal, que parecía izarme en cómplice de tanta mierda y también, por qué no decirlo, esa poesía misteriosa enracinada en mi alma y pronta a estallar.
Me levanté y casi maquinalmente seguí la mano de un destino, probablemente, pre-trazado y adquirí, sin saber la razón, de un kiosco de diarios, un mapa turístico del norte del país que contenía un pequeño folleto con un análisis sumario de las últimas investigaciones científicas, con respecto de la posibilidad de recuperar la genialidad escondida en algunos cerebros ó inicios del clonaje? ó llevadas a cabo en ese rincón del país, con la ayuda del incipiente ordenador...
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Mientras el aire contaminado de pólvora asesina recorría todos los rincones de la patria, un rumor de silencios se instaló en mi país. El trabajador cotidianamente sacudía su miedo, metía sus sueños bajo el brazo y paso a paso preparaba el camino a las amplias alamedas.
Se sucedieron años de atroces lamentos antes que se empezaran a conocer públicamente los primeros horrores del sátrapa y sus conjurados, dentro de los cuales un innumerable grupo de asesinos civiles.
En efecto, nuestro país, no ajeno a los sacudones sísmicos, es un hermoso balcón que se desprende de la majestuosa Cordillera de los Andes para recorrer las orillas del Pacífico, a través de un abanico de climas, de cerros y de valles. Estos paisajes fueron testigos silenciosos también, del más horrendo y cruel sismo moral de nuestra historia.
Transcurrieron años de terror y de pesada obscuridad para las víctimas más directas del odio fascista, que hasta 1970 parecían acomodarse, con aparente calma y disimulada resignación, frente a los atropellos e injusticias practicados a diestra y a siniestra por todos los gobiernos anteriores.
Si la oposición al fascismo, tanto al interior como al exterior fue inmediata, sin embargo, diez años más tarde, solamente, se empezaría a conocer, a partir de macabras casualidades y no menos diabólicos descubrimientos, los horrores que imperaron en el país luego que la derecha fascista local (conservadores + liberales) en contubernio con los demonios cristianos (centro derechistas) sumados a grupúsculos extremistas y al imperialismo yanqui, impusieran a una casta militar, la indecente tarea de simular una guerra interna que terminara con la democracia y con los pretendidos sueños de justicia y de libertad de la clase trabajadora del país.
Sueños que animaron, la vida durante, al más grande de los presidentes de Chile: Don Salvador Allende Gossens (1970-1973) y por cuyas ideas fue tildado de bandido comunista y asesinado en una guerra odiosa y mezquina de cobardes (los derechistas y los demonios cristianos) y de traidores (los mandos militares) y, posteriormente confirmado, por propias confesiones de "militares postergados" sumado a ellos los incontrolados civiles vende patrias de este país.
La historia militar chilena, hasta ese entonces, era el orgullo de su pueblo. Heroicos, invencibles, valientes, osados, orgullosos. (de bronce, los llamó Inostroza) Sin embargo...
El hallazgo en hornos crematorios de cuerpos de prisioneros desaparecidos seguido por la identificación de prisioneros políticos atrozmente mutilados y el descubrimiento de cadáveres enterrados a lo largo del país, sea en las arenas desérticas del norte o en las nieves glaciales del sur, sumados a los miles de prisioneros desaparecidos desde ese tiempo del terror, me puso tenso. Recordé ese siniestro día en que la impotencia invadió el corazón de miles de chilenos, mientras bombardeaban el Palacio Presidencial y los tanques violaban los sagrados recintos universitarios, las fábricas, las poblaciones matando, violando. Estas barbaridades, tantas veces banalizadas por la derecha y los partidos políticos tradicionales, eran hechos ciertos. ¡Qué espanto! ¡qué barbaridad!, fueron los gritos hipócritas de algunas viejas desconectadas, las mismas de la época de la marcha de las cacerolas.
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El centro de la capital hervía de denuncias. El pueblo gritaba y exigía la verdad. En todas las esquinas, grupos de mujeres y estudiantes se reunían para protestar vivamente por los detenidos desaparecidos. Ya perdido el miedo y, enseñoradamente, apoyados por partidos tradicionalistas, y de gran hipocresía cristiana, grandes responsables, en aquella época, del asesinato de la democracia y de las ilusiones más hermosas de mi pueblo, negándose al diálogo y al patriótico compromiso de seguir avanzando en vías de una verdadera democracia, que pasaba obligatoriamente por la justicia social, sin embargo prefirieron comulgar con los fascistas, los oligarcas y los yanquis y celebraron, casi con más entusiasmo, la llegada castrense. Su esperanza, apoderarse de la castaña con la mano del gato. Sin embargo, el nuevo y Augusto Emperador castrense, no les dio ocasión sino 17 años más tarde, luego de negociaciones, amnistías (no permitiré que persigan a mis soldados, fue la arenga de Pinochet antes de estampar su firma en un acuerdo de transición a la "demos-gracias que firmó") y el pago seguramente algunos millones de dólares. Cansados de esperar y engañados, desde las primeras horas del golpe, en que creyeron que el poder se los iban a entregar en bandeja, empezaron a tramar los hilos que les permitieran una vez más apoderarse de los mismos odiosos objetivos de siempre, tomar el poder y enriquecerse. Ya empezaba a descorrerse el telón del horror de la dictadura. Este horror sumado al coraje de un pueblo que no calla, les serviría de trampolín a sus infinitas y mariconas ambiciones. (Comienza la era del Satrapismo)
Los torturadores tenían una cierta predilección, para poner en práctica sus diabólicas flagelaciones, las minas abandonadas del desierto y la soledad de algunas islas antárticas que favorecían la cobardía y la impunidad. Lugares en que los mineros conocieron las primeras masacres de que fueron víctimas, por una casta de degenerados e inescrupulosos patrones y politicastros y que aún tienen cauce legal en mi país. épocas de oro del salitre y del carbón.
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Se me calentaba la sangre pensar que siendo empleado del estado, me convertía en cómplice, más de cerca que de lejos, de tanta mierda.
Dejé mi renuncia pretextando nuevas ocupaciones y el escaso margen decisional en mis funciones. Una alegre ansiedad se apoderó de mis fantasías y por momentos creí ser la orilla de cuentos fantásticos y me imaginé cual Alí Baba, en medio de una ciudad de trompos y de centinelas de seda, queriendo robar el corazón de una princesa de cuya dulzura me sentí ya esclavo. Comprendí entonces, que mi corazón buscaba desesperadamente enamorarse. Partí el alma errante a buscar sosiego. Volví de pronto a mi realidad y me vi delante de un mapa recién adquirido, la mirada penetrante, queriendo descubrir el por qué y el camino de tan precipitados sueños.
Mi cansino hábito burgués me llevó primero a interesarme a las noticias y novedades relacionadas con mi especialidad, la informática. Me llamó la atención, un párrafo de banal apariencia, que decía relación con la presencia de un octogenario profesor extranjero, cuyo origen no se conocería que mucho más tarde, radicado, hace algunos años, en alguna ciudad del norte del país y que estudiaba e investigaba a partir de cadáveres no reclamados en la morgue de Santiago y que sirviéndose de experiencias genéticas y lenguajes ofamáticos, la inevitable manipulación del ADN (para tranquilidad de los lectores no es sigla de ninguna institución de tortura castrense) Aunque las experiencias, hasta ese momento, no parecían entregar resultados satisfactorios no es menos cierto que, a partir de esas investigaciones, algunos frutos y verduras alcanzaron proporciones desmesuradas y un tomate de 4 kilos vino a figurar en el libro de los récords. El aflujo de turistas por tan curiosas especies vegetales encendió la fiebre de los oportunistas y se alcanzó a construir un hotel de 30 pisos y los cimientos de un casino estilo caribeño. La euforia no fue más lejos y el hotel no sirvió para celebrar que una espléndida inauguración.
© Monsieur James
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