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domingo, 12 de agosto de 2007

ELLA, LA MARIA



Ahí estuvo siempre. ¿Cómo llegó a casa? Acaso mi madre lo sepa. María, hermosa jovenzuela, tendría en esos entonces unos 20 años. Traía junto a sus profundos ojos negros, la alegría su juventud y un maletín de mimbre con sus escasas pertenencias.
La miré con curiosidad innata. Empezaba, bruscamente, el despertar a los apetitos del alma y, sobre todo, a los del cuerpo. Bordeaba los 14 años. Los rostros de algunas niñas me parecían muy hermosos y en algunos ojillos, generalmente, concentraba mi alegre afán.

María me miraba y, sin conocer la razón, siempre parecía preocupada, especialmente por mí. — ¿Qué tiene mi niño? Solía preguntarme y yo voluntariamente me acurrucaba en ella aspirando su olor a jabón de lavar, a cloro y a sábanas limpias. Todo este ritual de sensualidad era mi más hermoso secreto. Sumido en su delantal y traspasado por la tibieza infinita de sus formas, en donde ella jugaba con mi pelo, yo convertía mis ilusiones en jardines de crisantemos.

Transcurrieron algunos meses, aquellos en que uno adquiere una gravedad innecesaria en poco tiempo. Entonces aquellos arrumacos, se volvieron, repentinamente, a los ojos de mi madre, muy pero muy inadecuados.

Probablemente hablaron, la cuestión es que María nunca más permitió que me acurrucara contra su falda. Sufrí de desencanto, me dio rabia y la vida me pareció injusta. Mi madre, (en esos tópicos) nunca fue muy comprensiva que digamos. Los días se sucedieron monótonos, aunque María reemplazó sus ternuras por una caricia al pasar, cada vez que nos cruzábamos en el camino, ponía sus manos en mi cabeza y me sonreía discretamente.

Sin darme cuenta cumplía mis quince años. Empecé un noviazgo bien bonito, sin embargo, todo vino con la velocidad de un rayo. La chicuela resultó bastante más avanzada en cuestiones del amor y naturalmente mucho más madura. Cada encuentro se convertía en un desenfreno en donde estaba, estrictamente, prohibido desnudarse, dado el escaso tiempo del que disponíamos. Es decir, no se podía desaparecer por mucho rato. Todo era cuestión de intervalos. En cada descanso, quedaba cada vez más y más excitado y confuso.

Cuando volvía a casa, María me miraba ya sin sonreír. Ella sabía lo que pasaba, pero yo no me atrevía a contárselo.

Un día cualquiera, desde el colegio nos devolvieron a casa. Ese día no hice la cimarra, probablemente, porque mis notas del último trimestre no me ayudarían a salvarme olímpicamente de un castigo bien merecido. Tras cruzar el jardín y acariciar a mi perro, entré a casa. Había mucho silencio, sin saber por qué, el corazón me dio un vuelco. Me puse muy nervioso mientras pensaba que María podría encontrarse sola en casa. Atravesé salón, dormitorios, comedor y finalmente llegué a la cocina. María sin advertir mi turbamiento, me apretó contra sí y me besó la cabeza.
—María, María dije..... ¿Estás sola?— pregunté, en un susurro de palabras.
—Si, me dijo sonriendo, pero cálmese. Su mamá acaba de salir. ¿Y usted qué hace a esta hora en casa?—
—Bueno es que... (El corazón se me agolpaba en las sienes y en la garganta) la verdad es que... no tuvimos clases y nos dijeron de volver a nuestras casas..... ¿Dónde fue mamá? ...¿va a llegar... luego?—
—Cálmese, ¿le pasó algo en el colegio?—
— ¡No!...— me apresuré a contestarle.... y me quedé más nervioso todavía, mientras que tranquilamente mi virilidad empezaba a pronunciarse contra sus piernas.
Me apartó dulcemente y me preguntó con gran ternura...
— ¿y eso? ¿Qué pasa?— dijo sonriendo y llevándose las manos a la boca.
—No sé María, cómo podría explicarte, si yo mismo no tengo idea—
—No se preocupe mi niño, son cosas de su edad—
— ¿Qué cosas de mi edad?— quise saber. —Me puedes explicar—
—No sé si deba— me dijo, al mismo tiempo que me apretaba contra ella.
Me abracé a sus caderas mientras mi incipiente masculinidad se masturbaba contra sus piernas.
—Me gustaría darte un beso— le dije como en una súplica que viene con el corazón golpeándome el pecho. —No me vayas a acusar ni te enojes conmigo— agregué atropelladamente, mientras restregaba con desconocido fervor mi abultada inocencia contra sus deliciosas piernas.
—Está muy excitado— me dijo. Es necesario que se calme.
—Crees que es muy fácil, no me hagas lo mismo que mi noviecita, ¿eh?— le supliqué de nuevo.
— ¡Quéeee! — exclamó. ¿Esa chica? ¿qué le hace esa chica?— quiso saber.
— No le cuentes a nadie— le advertí.
Me aseguró que guardaría el secreto y aproveché para novelizar un poco la historia de nuestros alocados y furtivos encuentros.
—Fíjate, me pide de abrir la boca y nos chupamos la lengua mientras ella deja caer sus manos para accidentalmente tocarme. Luego se retira muy rápido, se ríe y hace como que no hubiese pasado nada. Luego va a la ventana, se asegura que no hay nadie cerca y me desabotona el pantalón y me pide de mostrarle mi erección, ella se separa lo suficiente para mirar bien y darme el tiempo, por si alguien irrumpiera de improviso, poder reaccionar. De pronto, se acerca y me da un beso. Y otra vez se retira riendo. Te gustó, me dice... Luego me obliga a irme y no contarle a nadie. A mí me cuesta mucho arreglar mi pantalón, ella no entiende y parece gozar con la escena.
—Pobrecito mi niño— dice María .sonriendo....venga, agrega, tomándome de la mano....
— ¿dónde?.... no dónde Anita— agrego asustado.
—No pregunte— agrega dulcemente María y me dejo guiar...
Entramos al salón... silenciosamente nos acercamos a la ventana que da a la calle.
—Ya, mi niño— me dice. Mire bien atentamente por la ventana y que no venga nadie.... María me besa la cabeza mientras dirige suavemente sus manos y las acerca a mi pene. Con delicadeza y uno a uno desabotona el pantalón y acaricia mi pene con sus manos. Parece como si quisiera masturbarme, sin embargo, siento que se inclina tranquilamente, acerca su boca y me da un beso. Luego acerca su boca a mi boca y me susurra al oído, este es el besito que me pidió, ¿se acuerda? Yo siento su lengua en mi boca e instintivamente éstas se confunden y me olvido mirar por la ventana. Un rato infinito yo chupo su lengua ella me toma por la cabeza y baja mi boca a la altura de sus senos. Los descubro mientras los recorro con mis manos y mi ansiedad. Los beso, sus pezones parecen dos flechas ardidas apuntándome. María no deja de besarme la cabeza. De pronto……. En ese cielo andaluz, pierdo conciencia de la realidad. La emoción es fuerte, el corazón parece quisiera salirse del pecho. La agarro del pelo, se lo tiro con fuerza. Ella …………. . De pronto siento todo el universo perderse en María, ella sigue acariciándome y yo perdiéndome en los sueños más divinos y dulces que nunca imaginé...
—Nadie tiene que saberlo— me dice.....
—Nadie— le prometí.....
Quise besarle su boca, nuevamente.
—Otra vez será—me dijo, —ahora está en deuda conmigo....—
No comprendí qué quiso decir ni me atreví a preguntarle...
Pasaron los años. María nos dejó. Me casé, como todo buen varón, tuve hijos. Me separé, luego me divorcié... En fin....

Un día cualquiera, caminando por el sector Oriente de la ciudad me encontré de frente con María. Lucía bella. Me sonrió con la misma dulzura de siempre, aunque esta vez la sentí sonrojarse. La miré con mucho cariño y el corazón volvió a dar un vuelco espectacular en mi pecho. Estábamos contentos, no hay duda. La cerqué contra mí y le dije al oído:
—te debo algo y me gustaría saldar mi deuda...—
Me puso los dedos en la boca y me hizo callar.... Eran las tres de la tarde.... Nos tomamos de la mano.
— ¿Quieres acompañarme?— le pregunté.
— Sí, con gusto— me dijo...
Elegimos un lugar muy discreto. Ya en el dormitorio le pedí que nos acercáramos a la ventana. Nos reímos a carcajadas. Nos besamos tiernamente al principio y luego con una pasión desenfrenada. Levanté su falda y hurgué suavemente………. Palpé su humedad mientras la acariciaba con delicada ternura. María empezó a gimotear calladamente. Le acerqué mi boca a su boca y nos besamos nuevamente con pasión. Nos mordimos, nos…….s. Busqué desnudar sus senos, y empecé a recorrer su cuello con mi boca sedienta. Sin darme cuenta, mi boca devoraba sus rosados y endurecidos pezones, como nuestro deseo. Bajé delicadamente por su cuerpo y recorrí con mi lengua hasta su dulce feminidad. Enloquecida acercaba con fuerza mi cabeza contra sus piernas, mis besos la excitaban y la hacían perder el juicio. Súbitamente se retuerce en espasmos de locura, de felicidad, mi boca empieza a subir por su cuerpo hasta terminar en su boca. Llega la calma.
Nos dormimos plácidamente.
— ¿Y ahora que estamos pagados?— me dice.
—María, ahora nadie será capaz de separarnos—
—Mi niño— sonríe María.

El cuento termina aquí.

Hace 10 años que vivimos juntos y felices.
Nuestros juegos infantiles, empiezan siempre frente a cualquier ventana.

© Monsieur James

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