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sábado, 11 de agosto de 2007

EL DIA DOMINGO (AÑOS 60)


En mi época de niño, despreocupado de las tareas escolares, el día domingo fue, en general, un día de fiesta. Sí, convengo y es verdad, precedido con el santo rigor de asistir a la santa misa. Inmaculados, por la agobiante tarea de buscar los mejores trapos, lustrar bien los zapatos, pero que importaba si a ello seguía la fiesta.

En los sagrados sermones, solía distraerme con las imágenes que circundaban la parroquia o bien con las estatuas de santos y arcángeles que peleaban con un demonio con cachos en la cabeza y colas que siempre terminaban en puntas y siempre atravesados de sangrientas flechas.

De pronto surgía al improviso, esos coros angelicales que llenaban de cánticos religiosos ese lugar sagrado. Permitían desviarme de las atrocidades que ya estaba imaginando en mi atolondrada cabecita. Me gustaba cantar. Luego de la ceremonia principal, y en la que por costumbre me llegaba un coscacho, aparecían en hilera los “mochitos” alargando sus bandejas para recibir la sagrada limosna. Mis monedas sonaban con estrépito, pues las tiraba desde lo más alto, sabía que con aquello mi padre ganaría una sagrada sonrisa del mochito aquel y yo una cariñosa despeinada de mi pelo engominado a rabiar. (Cuando no era gomina, pues me ponían jugo de limón)

Las últimas oraciones ponían término a la ceremonia y luego de la bendición mi corazón se aceleraba, a sabiendas que la fiesta de cuchuflis, (galletas rellenas de manjar blanco) de sustancias, barquillos, helados y otras golosinas, irían a desmejorar los atuendos domingueros, con la famosa mancha del domingo.

Así, de la salida del sacrosanto recinto, nos dirigíamos a la Quinta. Lugar de naturaleza, de globos, de payasos. Cuando se podía, tenía derecho a una vuelta en trencito. El sol era espectacular, las sombras de los árboles el lugar ideal para las caminatas y que mejor que detenerse a admirar las obras del museo de ciencias naturales, para despedir esas mañanas en familia.

El hambre hacía su llamada, y no era cuestión señores de entrar en góndola a casa, no señor, ese mañana tan especial era festejada con una vuelta en taxi. Qué lindura, escoger un Chevrolet o un Ford del año. ¡Qué fiestas aquellas!

Hoy miro a los chicos de ésa, mi edad, con una cuerda al cuello y de medallita la llave de casa, jugando los mismos juegos en una pantalla de teléfono y ensimismados en sus músicas personales y en una terrible y moderna soledad.

¿Me estaré poniendo viejo?

© Monsieur James

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