En medio del desorden me distraje en mil y un pensamientos.
Me llevaban de paseo, pero mi caminar necesariamente era otro.
Iría acompañado de mis familiares, que habían esperado tanto tiempo aquella visita, desde que los dejara en 1975.
Pero mis manos estarían prendadas a todo un abanico de recuerdos. Antes de partir definitivamente, siguió una última inspección preventiva al vehículo que nos llevaría por cerros y montañas de mi inolvidable tierra.
Se llenó el estanque y ya perdí en realidad el sentido de los gastos compartidos. La verdad ya nada debía tener importancia. Estaba respirando mi tierra y sus recuerdos, ésos, mis sagrados recuerdos, que me cubrían de una febril agitación ignorada hasta allí.
Entre irritado y tranquilo, sin embargo, un desasosiego se me escapaba por todos mis costados, en mi delirio conté hasta seis lados. Hasta la suela de mis zapatos me prometía rememorar aquellas sensaciones que me han acompañado a lo largo de mi exilio. Destino, para ellos, algún lugar en el Sur, adornado de sus playas y sus campos, sus aromas de jardines y sus mercados, para mí otro era el sabor que me esperaba.
Olores de tierra dulce
Procesión de cerros y montañas
Olor a playas
Ojos de mar
Sabor a mariscos
gusto a vino
especias y sal.
Una mano de mujer dibujo los contornos de mis angustias, suavizando como una lámpara la oscuridad de mi soledad y mi travesía. No supe que nombre ponerle, imaginariamente la llamé «ma fille». Me parecía extraordinario ir cruzando esos parajes entre la algarabía creciente de mis familiares y mis intrincados sueños. Mis últimos amores, habían desecho la cortina de esas ilusiones que nacieron en mi tierra. La lengua de Molière, con su sensual entonación me hizo abrazar mis nuevos «souvenirs», que hoy paseaba por antiguos recuerdos.
Como previsto,
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