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domingo, 12 de agosto de 2007

ELVUELO 721


¡No! decididamente el avión no era para él. En algunas oportunidades tuvo que acompañar gente al aeropuerto, sus experiencias nunca traspasaron ese solemne marco de las despedidas o las bienvenidas de amigos, familiares o flamantes encargos. Poeta, hombre de realidades y de sueños, el avión constituyó el miedo esencial, prefería el espectáculo del cielo, con los dos pies en la tierra firme.


……..


Su vista se paseaba inquieta entre esa multitud alocada, nerviosa de papeles, registros y más registros. Mezclada también a la ansiedad de partir definitivamente y borrar los ajetreos cada vez más desagradables que forman parte cotidiana de lo riguroso de un vuelo.
Con el alma en un hilo, escrutaba rostro a rostro, quienes podrían, en la eventualidad, ser sus compañeros de viaje. Al fin desprovisto de sus maletas, y con todos los billetes necesarios para embarcar convenientemente en el vuelo 721 de la Canadian Pacific , tuvo conciencia que estaba desafiando, definitivamente, ese miedo que lo había privado de participar personalmente de algunos premios, a los que su prolífica obra le habría encaminado y a los que hasta hora no quiso asistir.

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Tuvo ansias de desistir cuando ya se disponía a subir las escaleras del gigantesco mastodonte del aire. Sin embargo cerró los ojos y se encaramó con el corazón palpitante al interior de ese artilugio volador. El ajetreo inmediato, lo puso de mal humor. Ocupaba el asiento que da a uno de los dos pasillos del enorme aparato alado. En más de una oportunidad tuvo que pararse para que otro de los pasajeros acomodara la única valija permitida a bordo.

Una vez que asumió en definitiva su suerte, hizo todo el esfuerzo necesario para conservar la calma. Se sentó lo más cómodamente posible y se aseguro bien el cinturón, siguiendo a la letra las indicaciones de la bella agente de vuelo. Trató de memorizar cada uno de las recomendaciones por ella formuladas y hasta creyó sentirse un poco más tranquilo por el aplomo de la agente. El avión decoló con exactitud meridiana.

No demoró, sin embargo, a inquietarse nuevamente.

—Todos tranquilos, nadie se mueve de sus asientos— resonó una voz ronca detrás de lo que parecía una atroz máscara y portando un moderno fusil recortado y que parecía vomitar ya sus llamaradas de fuego y de terror. Como en un acto instintivo de defensa, se secó el sudor helado de su frente. Mudo de espanto, se sintió paralogizado, aunque, en su fuero interno, deseara con todas sus fuerzas reaccionar ante la gravedad de los hechos. Quería levantarse, algo lo impedía, un peso hasta ahora desconocido lo agobiaba. Su voluntad infinita, no tenía eco en su morfología casi pusilánime. Sintió asco, y dolor; odio y rabias al mismo tiempo. En un segundo, lo liberó el espanto y la adrenalina lo empujó hacia delante con la desesperación convertida en llanto. En un segundo estuvo encima de uno de los presumidos terroristas, dispuesto a descuartizarlo si era necesario. Los gritos cundieron en ese encierro de alas. De pronto escapó un tiro que fue a dar en medio del pecho del infortunado poeta que se desplomaba casi sin aliento. — ¡Un médico! gritó alguien en medio del bullicioso Aeropuerto. Aferrado al pasamano, el poeta dijo recuperando la voz: —No es nada… ya pasó, gracias.

Ya un tanto aliviado, abandonó el recinto y se encaminó al estacionamiento, se quitó el saco y se dispuso a regresar a casa.

El avión ya se perdía de vista en la inmensidad del cielo….

© Monsieur James

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