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lunes, 6 de agosto de 2007

COMO TE LLAMES



Ese mediodía de verano, un grupo de amigos nos encontramos reunidos en tu ante-jardín. Noté tu risa nerviosa y para mi incipiente madurez, severamente sensual.

Por primera vez te miraba desde mi propia timidez y me sentía hechizado por tus labios, por tus ojos reidores que parecían admitir todo el ardor que corría por tu cuerpo.

Nuestros amigos comunes, menos experimentados o tal vez, menos propicios al hechizo todavía, se fueron retirando uno a uno, hasta dejarnos solos en esa tertulia del mediodía allí entre las flores. Tu risa se volvió mucho más franca mientras mi emotiva curiosidad empezaba una severa lucha contra mi inconfortable turbación. No quería parecer demasiado tímido ni parecer un niño chico ante tus chispeantes ojos.

—Acompáñame al interior, quiero comer golosinas— lanzaste a título de sugerente invitación. Te seguí y entramos a casa. Me detuve a esperarte en el salón, era lo que aconsejaba la prudencia y las buenas costumbres.
—Espérame— dijiste al momento de desaparecer por el pasillo. Habían pasado unos dos minutos interminables para mis nervios alterados, quien sabe por qué extraña sensación.

Reapareciste con un caramelo en la boca y habías cambiado tus jeans por una falda amplia y floreada, me pareciste radiante. Retiraste sensualmente el caramelo de tu boca y me ofreciste a probar. Con el corazón palpitante acerqué mi boca a tan dulce ofrecimiento. — ¿te gustó?, agregaste mientras lo retirabas dulcemente. — mmm rico, dije en un murmullo de voz, mientras sentía agolparse la sangre en mis sienes. Me llegué a sentir como una marioneta, sin embargo feliz de esa sorprendente aventura.

—Ven, dijiste sin más, dirigiéndote a tu dormitorio. Te seguí como un fiel perrito faldero. Nos sentamos a orillas de tu cama, al mismo momento que te dejabas caer de espaldas. Advertí con toda mi turbación y mi temor la blancura y la tersura de tus magníficas piernas. Advertiste mi turbación y preguntaste nuevamente

— ¿te gustan? ¡Qué cosa! pregunté en un enredo de palabras. —mis piernas, tontito, mis piernas, dijiste riendo, mientras dulcemente levantabas aún un poquito más para regalarme de la espléndida visión que ofrecías a mis admirados ojos. Mi timidez fue desapareciendo, mientras sentí como intempestivamente mi virilidad comenzaba a manifestarse.

Me sentí incómodo en ese empuje de la naturaleza y quise acomodarme con disimulo, sin embargo a tu osadía siguió una abierta provocación. Sentí tu mano acercarse al despertar de mi virilidad y cerré los ojos de una inmensa felicidad.

Tu boca vino madura a la mía, todavía con ese gusto a caramelo, mis manos tímidamente primero y alocadamente después acariciaron ...

© Monsieur James

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