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lunes, 17 de septiembre de 2007

ZULEMA, LA TIA ABUELA


Alta, hermosa, rubia la tía-abuela Zulema. Su figura acusaba un dejo señorial, tal vez una chispa de amor robado en algún salón linajudo.
Zulema, acusó un espíritu con ideal independiente, en una época en que los hombres dominaban todos los aspectos sociales y económicos del acontecer mundano.
Ella no quiso someterse al acto puramente pro creativo y procuró, con todas sus mañas, abrirse paso entre el tumulto machista del período reinante.
Exigió desde temprana edad, la parte de su herencia y se dedicó al comercio de sus frutos agrícolas, en que predominaban las nueces. Con el tiempo, se especializó en las frutas secas, fuente económica importante. Su patrimonio, sin acrecentar en forma desmedida, se fortalece por los buenos cuidados que ella otorga a la tierra.

Su sobrina Adriana, fue siempre su regalona.

Un día, desembarcó en casa y dijo con serena tranquilidad, —Nana (Adriana, mi madre) vengo a morirme aquí. Nadie río ni la contradijo, si ella lo dijo, así tendría que ser.
Día más tarde, la casa se inundaba de muebles vetustos y de gloriosas antigüedades. Aparte, los ladridos de Sultán, nadie se atrevió a pronunciar palabra. Su presencia, parecía sentenciarnos con su elegante señorío.
De sus sobrinos-nietos, fui quien más se acercó a ella, así, sus coscorrones eran, en mi cabeza, su irrestricta voluntad de aprenderme las primeras letras.
Creo que lo logró.

Sus negocios, siguieron funcionando de manera ordenada y eficiente. Su «Libreta de Notas» todo un compendio de contabilidad, siempre llamó mi atención. María, (Matrona del cuidador) se convirtió en la noble secretaria, que visitaba la casa y tenía la generosidad de invadir nuestra despensa de frutos en los que un lugar especial, fue destinado a las paltas.
Qué sabrosa mercadería, pero que espanto cuando todas se ponían a madurar de un tiempo.
María, cuando advirtió toda la pérdida que ello significaba, nos dijo al oído, guárdenlas bajo arena de río.

Con la llegada de la tía abuela, no está agregar que las economías de mi padre, sufrieron un alegre respiro.
Zulema se sentía acompañada y manifestaba su alegría con señoriales muestras de gratitud.
Sin embargo la enfermedad empezó a consumirla. Un día, hizo llamar al abogado de la familia, y sin más redactó su implacable testamento.
Todo para Adriana, con excepción de un viejo y arcaico ropero que fue a dar a mis manos.

Al día siguiente, Zulema se durmió para siempre, dejando tras ella ese dominio tan propio y noble con que nos quiso acompañar sus últimos días.

© Monsieur James

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