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jueves, 13 de septiembre de 2007

CAMINO DE PIEDRAS - FINAL 1



CAMINO DE PIEDRAS

Lilia Morales y Mori

Esta historia ocurrió en un olvidado lugar, donde el arco iris solía posarse en los campos de trigo, en los tiempos lluviosos del otoño. Como todos los días, el viejo Járkov, algunos campesinos y su bella hija labraban los campos de cereal. En los últimos años las cosechas habían sido diezmadas por terribles sequías, plagas e inundaciones y la familia de Járkov se había endeudado considerablemente con el rey de la comarca. Piotr Ivano, un soberano cruel y senil solicitó la presencia de Járkov y su bella hija en los jardines de su reino, para llegar a un justo acuerdo con el que se pudiera saldar la fatigosa deuda de una vez por todas. -Járkov –dijo el rey- Tu deuda asciende a cifras exorbitantes y harían falta diez años de benéficas cosechas para que pudieras pagarme. -Lo sé amo, pero las inclemencias del tiempo y los estragos de las plagas me persiguen sin tregua. -Me da pena tu mala suerte y para que veas que soy sincero quiero proponerte un buen arreglo. El campesino abrió los ojos y puso toda su atención en lo que iba a decir el rey. -¿Ves este camino tapizado de piedras blancas y piedras negras? –Pregunto con tono solemne el soberano. Járkov asintió con la cabeza mientras su hija veía con tristeza las manos temblorosas de su padre. -Bien, tomaré una piedra blanca y una piedra negra, ambas las depositaré en este saquito y tu hermosa hija con los ojos vendados sacará una. Si la piedra que ella saque es blanca, toda tu deuda quedará saldada y tu serás el único dueño de las tierras que cultivas. Después de escuchar estas palabras Járkov y su hija se tomaron de la mano y se vieron fijamente a los ojos dedicándose una amplia sonrisa. -Pero si tu hija –continuó el rey- Saca una piedra negra, deberá casarse de inmediato conmigo y tu deuda por supuesto quedará saldada además de convertirte en el único propietario de tus tierras de labranza. Al escuchar la segunda parte del sorpresivo convenio del rey, Mireya soltó la mano de su padre dejando escapar un suspiro que le recordó a Fiodor quien era además de su amado, su prometido. -Como ves, mi trato es justo y benévolo contigo –dijo el rey satisfecho de su gran generosidad. En ese momento el monarca frente a su numerosa comitiva avanzó unos pasos por el camino cubierto de piedrecillas, Mireya no le apartaba la vista y vio horrorizada como el rey tomaba dos piedras negras y con gran desenfado y sin escrúpulos las colocaba dentro del saquito. -Ahora deberás sacar una piedra –le dijo el monarca a la joven acercándole el talego mientras una doncella le vendaba los ojos. Mireya en un impulso de rabia incontenible estuvo a punto de poner en evidencia al rey, pero en ese momento sintió el saquito entre sus manos y no le quedó más remedio que sacar una piedra.

FINAL 1

Jaime Alfonso

Fiodor, se dijo entre sí Mireya, perdóname por lo que voy hacer, pero es una disyuntiva a la que el destino me ha convocado, espero que el mismo destino sepa darme las fuerzas para resistir. Al momento de someterse a la farsa monárquica, la invadió una enorme serenidad, que. inesperadamente, la hizo temblar, provocando al mismo tiempo que la piedra fuera a dar al suelo y perderse entre la multitud de la otras piedrecillas. El Monarca no perdió, la calma y con un vozarrón de todos los demonios, le preguntó: — ¿De qué color es la piedra que sacaste? queriendo amedrentarla — Blanca, dijo en un susurro de contenida emoción, abrazándose a su padre y conservando para sí el talego, blanca, blanca repitió esta vez para que todos pudieran escucharla. — ¡Eso es imposible! quiso replicar el monarca, pero se atragantó con su propia vergüenza. — Sin embargo, y en frente de la infinita justicia, ordenó, esta vez sin la más mínima de las vergüenzas: Mireya muestra la otra piedra, para que el pueblo conozca de mi generosidad y puedas probar delante de todos que no mientes. (pensaba en su realeza interior, que Mireya, otra vez, podría escapar la piedrecilla y anular de esa forma la prueba, por otra más segura). — Mireya, comprendió la importancia del momento y acercándole el talego al monarca, le dijo con voz entera: Tenéis alteza, probad vos mismo, ante todos, vuestra noble generosidad. — Las palabras de Mireya, provocaron el ego monárquico y presintiendo la ovación popular, éste, introduciendo su noble mano al saquito, mostró, con enorme orgullo, la segunda piedrecilla de color negro, que había contenido el talego.


© Monsieur James

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