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martes, 25 de septiembre de 2007

ESQUELA (CANTO AL SILENCIO DEFINITIVO)


En Canadá el 27 de abril de 1999.

Pequeña despedida a mi amigo Humberto Lodigiani C.

«Canto al Silencio Definitivo»

En mi cuarto la luna encendida proyectaba una suave luminosidad de encantamiento. Un pájaro ceniciento, como una pesada lágrima parecía aletear en los vidrios. De pronto el silencio misterioso fue horadado por un murmullo tupido, lastimero y triste. Yo, habitualmente pensaba en ti, por allá lejos; recogía flores, besaba mis recuerdos, olía tu perfume soldado a mi piel. ÁQué loco! Sobrecogido por la magia de tus ojos distantes, estuve detenido en los pristinos balcones que miraban a tus jardines, y jugaba con las alegres mariposas y las flores, sin otra preocupación que mi narcisismo onírico. Buscaba las centinelas luces que me dieran la inspiración necesaria para continuar nuestro epistolar intercambio.... El pájaro ceniciento, vino nuevamente a mi ventana y cual melusina amante, susurró dos veces: Tu hermano Pellino, ha cambiado la tierra por el cielo.
EL día 27 de abril de 1999 llegó la noticia del fallecimiento de mi querido hermano Pellino. El día anterior, en Santiago de Chile, lugar de su residencia, su corazón fatigado se durmió para siempre.
No quise sustraerme a la tarea de evocar, lo que ha significado, desde el año 93, este imaginario caminar por un mundo de sueños, en que amparados por musicales anhelos, fuimos sembrando semillas azules.
Allí, nuestros domésticos altares, fijos en un punto celeste «que hoy es su demora» crearon esperanzas de rosas. Desfilaron por nuestros versos: la mujer amada, aquella paloma célica que adornada de madre, de esposa, de abuela, o tal vez de melina princesa, simplemente, fue recorriendo nuestras vidas, amparándonos de todos aquellos demonios, contra los que que nuestra herculeana virilidad fue siempre tan impotente.


Viajamos hacia los crepúsculos, caminamos al encuentro dorado del otro lado de las estrellas. Abrazados, partimos a la fuga de aquella tristeza, que siempre llenaba de océanos nuestros ojos de piedra, cada vez que, tú, mujer dibujada a nuestra piel, parecías disputarnos. Hoy, en las horas de aquel misterioso «silencio definitivo» que tú llamabas con tanta poesía, hermano Pellito, me has dejado solo. ¿Con quién quieres que siga compartiendo mis cuitas?... sólo tú conocías las orilla de mis cuentos y fuiste capaz de dignificar mis días obscuros, con tu magnífica luz.
¡Ah hermano, qué silencio el tuyo!... ¡sí... tenías razón...! «misterioso y definitivo» tu silencio. Ya no te alcanzaran los almíbares tejedores de la aurora. Te habrás instalado del otro lado de la luna a preparar tu encuentro, con el Generoso Padre del mundo. Una vez asignado al concierto celestial, tu luz seguirá brillando en todos nuestros rincones.


A Dios.....hermano querido.

Jaime Alfonso Luis León Cuadra

Publicado el 2/6/2007

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