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viernes, 14 de septiembre de 2007

EN MEDIO DE LAS PENAS NACEN LAS FLORES



Jugaba con la quietud del día. Nada parecía advertir los nubarrones ni la tempestad que se dibujaba en ese cielo diáfano y transparente. Sin embargo, con todas las velocidades del averno, el cielo se tornó negro y el viento, con la fuerza de los huracanes norteños, comenzó una danza de aullidos tristes y fríos. La obscuridad del desamor cubrió mis sueños y tus olvidos deshojaron todas mis ilusiones, como ese viento huracanado del norte y dejó la selva de mi corazón, sumida en un otoño triste.

Todo sucedió ese mismo día, con la velocidad multiplicada de la obscuridad. El huracán pareció desatar iras, odios y resquemores. Mi alma contaminó mis senderos de miedo y todos mis caminos parecían abismos. Me detuve con toda la fuerza de mi amor. El viento continuaba empujando mi alma a los barrancos empedrados, fríos y duros del casi invierno.

Apreté contra mi la esperanza y me cobijé en la luz de tu recuerdo. Creo haberte llamado, con ese grito desgarrador y silencioso que conozco en mis pesadillas. Tu imagen me llega dulce en medio de tanta angustia y mi pecho agarrotado vuelve a aspirar la delicia de tu perfume incierto. Fije mis ojos en la inmensa obscuridad y queriendo conocer el origen de ese tu perfume, abrí mis ojos para fabricar con ellos un halo de luz, en la ansiedad de despojarme del miedo.

El milagro, llegó repentino. Ahí, en los avatares de mi vida, en el centro de mi pena, volviste a aparecer, límpida y pura, querida niña Andréanne. Siguió la serenidad de tus ojos tristes y en la ternura de tu mirada desaparecieron esos abismos, en que los huracanes del olvido querían sepultar mi alma. Tu ternura ha vuelto impermeable mi corazón a la tristeza y hoy llevó en el ojal esa flor andréanne que nació en el centro de mi pena.

© Monsieur James

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