Está horadando ficciones
En cetrina cordillera
La ciencia con su esfera
Con sus sueños de Doctora.
En el Valle de
Con
Se están juntando los poetas.
Acumulando neutrinos
Condensando galenas
Acelerando materias
En una zona que a su manera
Circundada de montañas
Es propicia a la razón.
Investigando de corazón
Presiente que su destino
Es un alambique de vino
Que limita la ficción.
Se le acercó una voz
En una noche de luna
Telepatía y ternura
Invadió su corazón
Y aunque la voz se disipara
Con la brisa húmeda del alba
Le dejó en su esperanza
Conocimientos certeros
De espirales y manzanas.
Investigación en su pecho
Expropia en su alma.
Algunos siglos más tarde, En la montaña, los días suelen ser claros y acariciados por un clima generalmente templado, en cambio, las noches, además de su profunda oscuridad, son gélidas. El viento silba su espectro sonoro de antiquísimas flautas de pan con las que parece rasgar, con sus dentelladas atroces, las aristas de frío cristal. Aislada, en la inmensa soledad del Valle de
Al cabo de las veinticuatro horas, en las que se pudo escuchar «el ruido del silencio» - metáfora, esta última de antiquísimo valor literario – la fatiga de la doctora Carmona, invadía, una vez más su biomasa corporal y le impedía continuar con su colosal investigación. Otro pasito, dijo casi en un murmullo y se dispuso al descanso. Su recorrido habitual por las montañas, le ayudó a recuperar rápidamente su estado biológico. Luego de absorber un concentrado vitamínico, llenó su vaso de un buen «cabernet-sauvignon» blanco, se dirigió, con desconcentrada y parsimoniosa alegría, a su dormitorio. Cinco horas bastaron para reponerse de su fatiga y en algunos segundos, entraba nuevamente en sus ejercicios mentales. Ya en el interior de su gabinete de trabajo, puso en marcha todos los aparatos de tecnología robótica y cibernética, incluyendo esta vez, una antigua y todavía mecánica, filmadora que no arbolaba que una exigua capacidad de 20 mega píxel. Encendió su ordenador y buscó, entre sus archivos, el MP24 en el que guardaba, preciosamente, la ineludible frase: «Y SIN EMBARGO SE MUEVE». El acelerador de partículas, lograba su máxima velocidad. La especialista en "antropología de los sentidos» se preparaba a vivir uno de sus más emocionantes momentos de su carrera profesional. Paradójicamente, este momento, tan especial e importante, le ocupaba todos sus propios sentidos. Lo que seguía, necesitaba de una precisión de una fineza incalculable, en efecto, era necesario introducir en el acelerador de partículas, la claridad mas excelsa de los registros guardados en el MP24, un segundo a la menos 25 de error y todo el trabajo tendría que ser reiniciado, con suerte, en algunos meses más tarde. La doctora Carmona, estaba preparada y a pesar de la adrenalina se creía capaz de controlar toda emoción, incluso aquella que era desconocida para ella, la que provenía del aspecto sensorial y propio que se ejercía, todavía, con solo un pequeñísimo candor científico. La velocidad adquirida en este acelerador, podía, a pesar de su relativa pequeñez, alcanzar, en óptimas condiciones, hasta 3 veces la velocidad de la luz, con la precisión requerida, entre el segundo a la menos 25 del MP24 que debía entrar al segundo a la menos 25, la funcionalidad era casi materialmente imposible. En efecto, no logró su propósito, a pesar de todos los prodigiosos cálculos matemáticos ni de todas las argucias fractales que imaginó. No se dio por vencida, sabía que, en estado de antigravedad, tenía posibilidades ciertas de lograrlo… ¡Helas! Dijo bruscamente por la excitación que la embargaba, también es necesario filmar y/o grabar estas secuencias, además de los resultados mostrados en el acelerador, en un viejo (dentro de lo más moderno a que alcanzara la industria cinematográfica de aquellos años) para permitirme el empleo de la cámara lenta y, sobre todo, los retrocesos permitidos con la antigua mecánica del celuloide. Entonces dirigiéndose a sus paseos habituales por la montaña, decidió darse un nuevo descanso.
Pensaba en
No se asuste, previno una voz un tanto arcaica. Me interesa su investigación sensorial asociada a la triple velocidad de la luz, en ese, disociador de partículas y que usted vuelve a nombrar, como en tiempos arcaicos, «acelerador».
La doctora Carmona, permaneció calma, sabiendo que la formación científica, le había enseñado a desechar el miedo. La voz, aunque carrasposa y de tintes antiquísimos, le pareció amistosa. Quiso fijarla en un lugar determinado, sin lograrlo. Soy, - dijo con solemnidad - un atavismo lunar, quizá una partícula femiónica o un pensamiento subatómico cósmico, del que la sustancia corporal humanoide, abandonara, hace siglos terrestres, o algunos meses Lácteos…
Efectivamente, todo es relativo, fue lo que primero pensó, la doctora. Estaré escuchando al incorpóreo e espiritual Einstein, se preguntó. No, necesariamente, agregó la voz y siguió la conversación en términos puramente mentales.
Sabe que está alineada en un lugar geológico muy especial, adelantó a contestar la voz, antecediendo la pregunta que ya formulaba
Mi presencia, entonces, ni es etérea ni incorpórea, es simplemente, mi voz que siguiendo la naturalidad de las cosas, llega a usted, franqueando innumerables espirales de «trou noir», espirales, estos últimos, que tienen características similares a la cadena de ADN y que conforman de esta manera, las conductas genético-atómicas, de cada uno de los Universos que nos circundan.
A pesar del silencio y la total concentración, casi hipnosensorial, de la doctora, al escuchar semejantes revelaciones, la voz se fue perdiendo en el cetrino montañoso, con las primeras luz del alba.
A solas con su incomprendida experiencia, la doctora Carmona se apresuró a tomar nota de las interesantes declaraciones, cuyo carácter científico, la dejaron agradablemente sorprendida. Esto ha sido como un eco, que viaja fuera de la voluntad real del ente que las emite, digo, sin aparente voluntad, creo que así es más exacta mi humilde deducción.
¿Quien de mis colegas, tendrá la suficiente capacidad de duda y me creerá? – tendré, acaso de tratar de resolver por mi misma, esta «aparente enigma» recalcó con voz de científica e investigadora.
Tampoco quiso separar sus prioridades de la reciente experiencia, y decidió incorporar entre sus escritos, el poema Extropía, escrito hace algunas décadas, probablemente por algún Andrew, que en aquellos tiempos, casi bíblicos, pululaban por una red muchos meno sofisticada que la actual.
Como empujada por una fuerza incontrolable, se sintió dirigida a la biblioteca del lugar. Algún indicio, podría ayudarle a constatar por si misma, lo que aquella noche, ella había vivido como una de sus mejores y más interesantes experiencias. Más allá versus más acá, se dijo convencida de que lo experimentado no escapaba ahora a una realidad, que se pretendía, cada vez más próxima a repetirse.
El uso de la antigravedad, se hacía cada vez más indispensable, entonces no lo pensó dos veces y se dispuso a preparar todo su material para luego más tarde empinarse fuera de la órbita planetaria.
Debía, obligatoriamente, prevenir de su ausencia a quienes eran sus colaboradores. Sin embargo, se dio tiempo para declamar en la tierna solicitud de su lejanía, casi en un susurro:
En el Valle de
Cuando adviertan mi ausencia, tratarán de entrar en comunicación y tal vez, consiga, re verificar la efectividad de mi incipiente telepatía, haciendo mención interiormente a esa voz, que la sorprendió en medio de la noche, en su propias habitaciones, del Valle de
……
Una vez todo el nano-arsenal, del que disponía, lo dispuso en orden y prioridades de utilización. Abordó su minúscula nave de un paso seguro. Dio un último visazo a su entorno y se dispuso a accionar los mecanismos de despegue.
Una vez en ruta, no pudo menos que declamar:
Se le acercó una voz
En una noche de luna
Telepatía y ternura
Invadió su corazón
Y aunque la voz se disipara
Con la brisa húmeda del alba
Le dejó en su esperanza
Conocimientos certeros
De espirales y manzanas.
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