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viernes, 22 de junio de 2007

TRAVESURAS DE NIÑOS



De las travesuras de niños, a decir verdad, recuerdo algunas bastante sabrosas y también otras menos sabrosas, que llegaron a convertirse en verdaderos dramas.

Yo viví por veinte años en el mismo barrio, como la mayoría de mis amigos. Ese simple hecho, permitía entre nosotros y el vecindario una exquisita familiaridad.

En los veranos siempre estuvimos juntos jugando las sendas pichangas. Estas eran casi religión entre los muchachos y un martirio para los vidrios de las ventanas de las casas.

Ese hermoso afán pelotero, de pronto se veía interrumpido por las vacaciones de los lindos.
(Lindos les llamábamos a aquellos que podían pagarse el lujo de partir de viaje en esos días de calor, ya sea al campo o a la playa). La frustración se instalaba en aquellos (nosotros) que por falta de medios, o simplemente porque las fechas de vacaciones de papá, no coincidían.

Ver interrumpidas esas pichangas, era una verdadera catástrofe. La bronca se instalaba y las víctimas de los vituperios, eran nuestros queridos amigos. Antes de partir, se operaba todo un movimiento solidario entre la gente adulta. El veraneante, generalmente dejaría encargada su casa y consecuente con la tradición la infaltable llave, en caso de alguna urgencia.

Ese día martes, efectivamente partían de viaje los Terán, los Escobar y los Medel.


— ¡Eh! muchachos, se me está ocurriendo una idea siniestra.
— A ver, a ver, suelta la pepa. ¿ De qué se trata, “tu siniestra idea”
— Mañana viene don Pepe a limpiar el desgrasador* de la cocina, ¿qué tal?
— ¿qué tal, que? suéltala.
— que tal si guardamos un poco de esa inmundicia y se la instalamos debajo del catre al chico Nelson (Terán)
— Estay más tonto gil, esa cochiná es más hedionda que la caca…
— ¿Y? no te hagay el fruncío ahora pos “Julio-Patricio” remedando a los hijitos de papá.
— Una larga carcajada siguió al diálogo.
— La idea es siniestra, agregó el Nano, pero es güena….
— Pero, al que se le salga algo, le “sacamos la cresta”* entre todos.
— Convenido… convenido.


En un tarro de cocoa, (chico) mientras Don Pepe limpiaba el desgrasador de la cocina, Carlitos juntaba un poco de esa inmundicia, con la precaución de ponerle la debita tapita.
La idea entonces era entrar en la casa, dirigirse al dormitorio del chico Nelson y estando debajo del catre, destapar el tarrito y hacerse humo.
Todo se haría a una hora determinada y usando la casa vecina. Todas las precauciones fueron tomadas. Conseguir la llave fue tarea fácil y así encaramados a la muralla de ladrillos que separaban las dos casas, dos de nosotros nos colamos al patio de los Terán, mientras tres quedaron a la expectativa de los acontecimientos. (Cagados de la risa, por supuesto; nosotros de la risa y de nervios).

Una vez en el patio, nos percatamos que era imposible entrar por las puertas interiores. El problema consistía en el hecho de que la llave, era el de la puerta principal, la que da a la calle. Salir, calculamos que era juego de niños. Nos dirigimos entonces a la puerta principal, ya con un susto mayor. Para agregarle al tormento, la reja que separaba el patio interior del jardín exterior de la casa, estaba con candado. No nos quedaba más remedio que batir en retirada y repensar la manera de llevar a cabo la siniestra idea.

La única alternativa posible, era: primero esperar que oscurezca un poco, y atravesar al otro lado por la porción que también da a la calle. Bastante más arriesgado como estrategia. Sin embargo, presentimos que era una operación que debía, a cualquier precio, ser resuelta.

De vuelta al otro lado de la muralla, en casa del Nano, decidimos que el riesgo era demasiado grande. De pronto una mamá podía echar de menos a uno de sus hijitos a esas horas tardías y salir a gritar desesperada por la calle ¡Jaimeeeeee! ¡Carlooooooos!

Luego de una pequeña reunión y una discusión estratégica, convenimos que debíamos hacerlo en las primeras horas de la mañana del día siguiente.

Como comprenderán, tampoco era tarea fácil levantarse temprano y salir tan campante a la calle. Los papás, generalmente comenzaban su jornada de trabajo a las 8:00 hrs de la mañana, por lo tanto el jaleo diario en casa empezaba tipo 6:30 hrs.

Pero, las dificultades le ponían picante a la situación. Entonces a las 6:45 hrs. del día siguiente estuvimos en la calle. Nos dimos, como máximo, media hora para perpetrar la siniestra cochinada. Nos reímos, ahí estábamos los cinco reunidos, otra vez, frente a la maldad, a la grotesca maldad.

La temprana hora parecía prestarse a maravillas para el plan, en la calle solo nosotros y el tarrito ¡PUAJ! Rápidamente nos subimos a la pandereta y de un salto estuvimos del lado de la puerta principal. Con el salto, la tapa del susodicho tarrito fue a dar entremedio de las plantas y un chorrito del letal líquido fue a dar en las piernas (usábamos pantalones cortos) y parte del calcetín. No podíamos detenernos en buscar la famosa tapita, así que decidimos irnos directamente a la puerta principal. Conteniendo la respiración, entre parados y o agachados, introdujimos delicadamente la llave en la cerradura, giramos con delicadeza y nos percatamos que la puerta estaba abierta. La emoción estaba en su paroxismo, estábamos, decididamente violando la intimidad de un hogar. Eso lo agregó ahora, ya que nos dimos cuenta del verdadero vandalismo, mucho tiempo después. Ahora era necesario abrir lo menos posible la puerta e introducirnos en la oscuridad, puesto que todas las ventanas estaban cerradas con la necesidad que lo permite las circunstancias de seguridad.

Definitivamente, nos encontramos al interior. No debíamos dejar huellas ni indicios, total la broma era para el chico Nelson y nadie más. Pero el tarrito olía a caca fresca. ¡PUAJ! Al interior, nos deslizamos con extrema rapidez al dormitorio del victimado. Una vez al interior, cerramos con precaución la puerta que comunicaba con el dormitorio de su hermano Lucho, y procedimos a instalar debajo del catre el tarrito de perfume. Cagados de la risa, no sentimos los sutiles silbidos de nuestros comparsas, que se habían quedado al exterior. Ellos habían visto uno de los familiares, doblar la esquina y dirigirse muy naturalmente a la casa. Ignaros de lo que sucedía, nos aprestábamos a dejar el dormitorio por la puerta que daba al patio. Al momento de encaramarnos a la muralla de ladrillos, pensamos que era muy peligroso, dejar la puerta del dormitorio abierta y decidimos regresar sobre nuestros pasos. A todo esto afuera, nuestros amigos ya habían dejado la silbatina, por temor a despertar sospechas.

Es más ellos volvieron a sus hogares y se olvidaron del asunto.

Reabrimos la puerta del dormitorio, y ¡Puaj! que olor a mierda, por la grandísima p….
Nos dijimos que estábamos obligados a revenir por el mismo lugar que habíamos ingresado a la casa, es decir la puerta principal. A todo esto, el Tío Humberto Terán, llegaba ya a la puerta de la reja y se aprestaba a abrirla, al mismo tiempo que nosotros en sentido inverso, volvíamos a la puerta de entrada.

Próximos a la puerta principal, sentimos ruido en la cerradura. Pánico total. Paralogizados y más pálidos que muñeca de loza, corrimos nuevamente a la pieza del chico, que hasta ese momento nos estaba pareciendo el fantasma más infeliz del mundo. Volvimos sobre nuestros pasos y nos escondimos en el dormitorio de nuestro querido amigo. Casi vomitamos, el olor era insoportable. No había manera de abrir ni una miserable ventana, la única que nos quedó, fue entreabrir la puerta que daba al patio. Y desde allí, observar. Mientras espiábamos los movimientos del Tío, decidimos que lo mejor era recoger de debajo de la cama el tarrito, hacernos tripas corazón y taparlo con nuestras propias manos y tratar de aguantar, hasta que el tío, terminara sus quehaceres, y rogando que en casa nadie nos echara de menos.

El deseo de vomitar, agregado al nerviosismo de la situación, hacia las cosas realmente difíciles. Para colmo de colmos, uno de nuestros amigos, se le ocurre la bendita idea de llamarnos por teléfono a la casa. El ring hizo saltar otra vez el tarrito de las manos y otro chorrito del pestilente líquido, fue a manchar mi blusa, El maldito teléfono estaba en el living, y era suicidarse intentar de contestar. La situación se hizo insostenible, cuando vimos dirigirse al interior de la casa, al susodicho tío Humberto. El hombrón entró por el Living y afortunadamente el teléfono dejó de sonar. Desde el dormitorio, sentimos los pasos de Humberto y le escuchamos clarito, quejarse del olor.

No lo pensamos dos veces, y salimos al patio, con el tarrito entre cerrado por nuestras manos y abierto por lo insoportable de la situación. En algún momento, no dieron ganas de contarle la firme al famoso Tío. Pero por la mierda, que terrible fracaso para la moral.

Una vez al exterior, la situación se compuso puesto que la pestilencia ya no era del todo dañina para nuestros aún jóvenes sentidos del olor. Ahí nos quedamos, mirando con toda la incredulidad de nuestra aventura, como el tío procedía a abrir todas las puertas y ventanas que le fue dado.

En casa, ya empezaron a preocuparse, naturalmente primero por mi levantada temprana y mi aparente desaparición. Afortunadamente, mi mamá no podía ponerse a gritar en la calle, por la hora y porque habría hecho el loco. Además no se atrevía a incomodar a papá antes que saliera a trabajar.

Mientras, nosotros seguíamos uno a uno los pasos del tío. Viejo y la que ……… Nos calentaba la mierda, el que el viejo infame anduviera de un lado para otro. Entremedio de los arbustos, encontramos un papel y en los bolsillos el infaltable elástico. Eso nos permitió, por fin tapar debidamente el tarrito de pestilencias. El Tío, luego de barrer bien las baldosas de la terraza, lo vimos, con horrenda sorpresa, que preparaba la manguera para regar …. ¡Ijole y quién lo parió! ¿Estábamos preparados para recibir, sin chistar, una regada y no proferir ninguna mala palabra? ¿Lo dejaríamos hacer, sin inventar una salida como Dios manda? La situación no era de lo más cómoda.

Había que pensar rápido y bien una estrategia. El tarrito y la pestilencia, nuestra única arma. Tío Humberto abrió el grifo y empezó a regar muy cerca de nosotros. Ya nos aprontábamos a recibir los manguerazos, resignados a nuestra maldita suerte, cuando por milagro, sentimos que mamá, llamaba de la puerta a Humbertito. El viejo e mierda parecía no escucharla, pero mi madre sacó su vozarroncito, preocupada de su niño y cuando ya se aprestaba a comenzar su regadera, dejo la manguera y fue a atender a mi madre.

Nos miramos, y decidimos entrar de nuevo por la puerta del dormitorio del Chico, una vez al interior decidimos que habíamos pasado muchos sustos para no salirnos con la nuestra, entonces como pensamos arrancar por la puerta principal, mientras el tío regaba y seguro que seguiría regando, una vez terminara con mi madre. Entonces le sacamos el elástico al tarrito y lo tiramos debajo de la cama. Del interior nos dirigimos rápidamente a la puerta principal, De ahí controlamos la situación, puesto que escuchábamos la charla entre mamá y el tíito aquel. Diez largos minutos tuvimos que esperar, que la conversación terminara. Advertimos con una sonrisa que el tíito tomaba camino del patio para seguir su regadera. A todo esto el olorcito, ya nos llegaba a las narices, allí en la puerta principal.

Putas y mi madre siguió en la calle, mirando para todos lados. Inquieta a rabiar y con la cara colorada. El día no se anunciaba muy prometedor que digamos.

Finalmente se entró, y corrimos a la pandereta. Saltábamos a la casa vecina, aterrizando justo en el momento que la mamá del Nano, la vecina, salía a dejar las basuras a la calle.
Nos acercamos inocentemente, y nos prestamos humanamente a ayudarle en la pesada tarea.

Salimos a la calle junto con ella y de allí corrimos a casa….

© Monsieur James

1 comentario:

Jesús Ademir Morales Rojas dijo...

Su chusca y amena viñeta de la infancia me ha hecho recordar las mías, que no son tan pintorescas pues no es lo mismo la edad de maravillas que se vivía en su tiempo de niño, que el mio tan anodino en los finales 70 y 80 primeros.
Pero si recuerdo con ilusión los tiempos de coleccionista de historietas: el hombre araña, conan el barbaro y su paisano Condorito del gran Pepo.

El fin de mi infancia me llegó tarde, cuando dejé a una de mis primeras noviecitas, un ángel de nombre Mariana, rubiecita linda la nena,el dolor de abandonarla me hizo joven ya.Algunos de sus poemas maestro,ciertos de Ignacio también y la canción Merceditas que usted debe bien conocer, me la recuerdan y me motivan dulzura y nostalgia.

Gracias Don Jaime.

Atte. Ademir