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viernes, 22 de junio de 2007

RETRATO DE UN CANALLA



Quise huir despavorido. Sentí que la imagen de un canalla horadaba mis sentimientos. Amaba a Toña, pero estabas tú con esos grandes ojos verdes, esas mechas casi desgreñadas de una sensual rebeldía que parecían apurar en mí, una tormenta de pasión inevitable.

Sabías de mi amor por Ernestina, sin embargo adoraba tu complicidad con la que te deleitabas en mis enredos.

Ese día del paseo anual, cuando supe que Toña no sería de la partida, quise huir despavorido, sin embargo me fui quedando hechizado por tus ojos, por la ternura de tu tácita invitación y por esa exquisita sensación preconizada en tus labios.

Te sentí alegre en tus exquisitos trapos femeninos, erguido el busto y con tus ojos te vi orillar una secreta malicia. Reímos al mismo tiempo. Me quedé y en medio de una risa nueva y una pasión en espera, te tomé las manos sin más, partimos hacia el mar envuelto en una multitud de fantasías.

Toña no se despegó de mí hasta el momento de subir al autobús. Cuídamelo te dijo con la confianza de su inocencia, sin comprender en tu mirada tu irónica sonrisa y ése no te preocupes, no lo dejaré un segundo sin estricta vigilancia que proferiste en momentos de la partida. Debo confesar que yo, con mi brutal cinismo de canalla, estaba avalando nuestras pasionales fechorías.

En el paseo, nuestra brutal pasión desbordó todos los límites y la cercanía del mar, parecía encender hogueras. La salinidad del lugar, el extraño calor y una cierta promiscuidad diaria, dio pábulo a tórridas invenciones. Volvimos con una felicidad, otra que del amor. Volvimos satisfechos de ansiedad, de cuerpo, de besos impregnados y de olores desconocidos...

Al bajar del autobús que nos llevó de regreso, percibí la silueta ansiosa de Ernestina que me buscaba de sus ojos de niña. En ese momento, volví a sentir esa imagen de caballa y quise arrancar, huir despavorido a esconder mi cara en las sombras de mi pecado, sin embargo me fui quedando y salté a sus brazos con un llanto purificador.

Tú le sonreíste alegre al tiempo que le decías misión cumplida, se ha portado a la altura de tu amor y desapareciste dejándome abandonado en mis propios enredos.

© Monsieur James

1 comentario:

Jesús Ademir Morales Rojas dijo...

Amigo Don Jaime, visitando su refugio me he encontrado con esta anecdota escrita tan honestamente.

Dicen que a las mujeres es dificil comprenderlas, paradójicamente a nostros los varones lo que nos pierde es la diafana fisonomia de nuestro deseo, pero a final de cuentas ¿Como expresar la gracia atrayente que motiva la sonrisa irónica de Toña (de la Toña de cada uno, nuestra dama y musa secreta)?
¿ como explicarle a nuestras consortes el llamado insoslayable del mar y las sirenas cautivadoras en sus sinuosos cantos?

No es usted un canalla, y si acaso es inevitable somos varios, pero grandemente sinceros.

Le saludo buen maestro.

Atte Ademir.