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domingo, 4 de marzo de 2007

A MIS HIJOS





Me presento a vosotros el alma desnuda. En estas líneas quiero que escuchen la voz de su padre, la voz de aquel desconocido que se mantuvo escondido por mucho tiempo, detrás de una corbata y de ese sustantivo, a veces tan impersonal y distante, llamado papá. Mi nombre es el mismo, se fijan, pero en definitiva, ahora que creo haber recuperado mi verdadero yo, quiero hablarles de mí, también de ustedes. No les hablaré de vuestra madre que para decirles que la amé con toda la fuerza de mi pobre alma, es todo lo que sabrán.


De ustedes siempre quise estar muy cerca y se que pocas veces lo logré, o tal vez casi nunca, sin embargo, siempre me di cuenta de lo mucho que necesitaban al Jaime de hoy y no supe encontrar el camino o sacarme aquella corbata.


El entorno en que vivía me hacía dudar de esa estrategia del padre amigo. Me parecía fuera de forma, para no decir anormal. Papá debía ser siempre ese hombre intocable, que distribuye consejos que no se discuten. Era mi palabra, el trueno que debía guiar, sin más, vuestras vidas.

Como muchos padres, me equivoqué. No era aquel padre que yo había soñado para ustedes. Sepan si, que al principio de sus vidas, todo me parecía maravilloso; papá gozaba de un cierto prestigio profesional que lo hicieron acreedor a un buen trabajo y a una buena renta. Las perspectivas entonces eran tranquilizadoras.


Pero vuestro padre no era sólo eso, también es aquel sensible que camina en sueños tratando de sentir todos los perfumes y las emociones de la vida. Un día sufrí un accidente y cambié de país, junto con ello la vida me ofreció todas esas posibilidades que hasta entonces eran un ansia desconocida en mi ser. Así, mi carrera profesional sufrió de cambios inesperados, la vida se me metía por poros hasta ayer vírgenes, y que creo haberla aceptado con entera resignación.


Hijos no busco en estas líneas a justificar nada, sólo quiero que sepan todo el valor que tienen para mí y lo orgulloso que me siento del coraje con que han sabido enfrentar esta vida, que un día tuve la suerte de colaborar con mi único amor.

Gracias por sostenerme y no dejarme nunca caer.

Vuestro padre.

© Monsieur James

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