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lunes, 26 de febrero de 2007

PERFUME DE HEMBRA




Ese perfume de hembra, me llenaba los poros, me ahogaba. Me dejaba perdido en una nube de polvos y deseos inciertos. Mis pensamientos se agitaban y sentía enloquecer mis sentidos. Vivía en un ir y venir sin destino, y cuando la sentía tan cerca mío, se me trababa la lengua. Era allí que ella dejaba jugar la más dulce de sus sonrisas.

Ella comprendía lo que me pasaba, yo todavía no. Aunque en mis pretenciosos 15 años y delante del espejo, me sentía el hombre de la situación, con algún parecido al galán de los novelones radiofónicos que escuchaban ella y mi madre, siempre a una hora fija. Me faltaba coraje, lo sabía… y naturalmente la constante presencia de mi madre, no me ayudaba en nada mis pecaminosas imaginaciones.

Otro día que se terminaba con el alma en un hilo y restregando la almohada en un enorme frenesí de sueños cada vez más osados.

Recuerdo que terminada mis tareas, prefería correr a la calle para sofocar todo ese martirio de mi incipiente virilidad. Correr, saltar, agarrarse a golpes lo consideraba más saludable que esa terrible locura y/u obsesión que me carcomía los nervios.

Ella lo sabía y parecía gozar de mis turbaciones.

Matilde llegó a casa a la edad de sus 19 años, yo rondaba por los diez. Cuando cumplí mis quince años, ella participó activamente en la preparación de mi aniversario y cada vez que pudo, me dijo que empezaba a convertirme en un interesante hombrecillo. Ahí, me callaba y empezaba mi turbación.

En la intimidad dela casa, y por descuidos, del todo casi familiares, supe de sus hermosas piernas y de la redondez exquisita de sus diminutos senos.

Ese solo ingrediente, ya metía más picante a mi atolondrado y torturado entendimiento.

Muchas veces me confiaba a mis amigos y ellos riendo me decían: ¡te llegó la calentura! es necesario que no paniques. Deja de mirar lo que pasa al interior de tu casa y busca afuera y así te evitarás, probablemente problemas graves y sobre todo a Matilde quien será en definitiva, la que pague los platos rotos.

Juro que les encontraba razón, pero entrando a casa, ese olor se me incrustaba hasta el alma.

Matilde siguió riendo alegre. Yo me decía un día, se presentará una oportunidad y tentaré mi suerte.

© Monsieur James

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