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lunes, 6 de octubre de 2008

TARDES DE MAR

TARDES DE MAR


Descendí las gradillas que llevaban al primer piso, me detuve delante el gran ventanal del salón, aquel que daba a la eternidad salina y a ese espeso borbollón que danza salvaje en medio de ese cosmos llamado océano.

Me acomodé a mis pretéritos y me sumí en compañía de la soledad. Conversamos sin que un solo vocablo interrumpiera ese silencio que le daba un marco de insondable belleza.

Desnudo, no pude impedirme de abrir el ventanal de par en par. La magia que infundía esa naturaleza, marina entregaba energías insospechadas y me preparaba milagrosamente a una cita que se dibujó como un regalo el día anterior, mientras me encontraba vagando por la playa.

Marioska, lucía blue-jeans bien ajustados y una blusa en la que se adivinada uno pechos, aunque diminutos, de una firmeza de corales. La acompañaba en su deambular, la sensualidad exquisita de sus 40 años. El acercamiento vino con la naturalidad de un caminar sin un destino preciso. Podría asegurar, que cada uno divagaba con su propio quehacer, en un monólogo del todo indeterminado.

En única dirección, la extensión del litoral nos llevó, los pies desnudos, a rejuntar nuestras haraganas divagaciones, para concedernos una pizca de dulce alegría. Regresamos cuando el paisaje resplandecía de los colores de la tarde y parecía armonizar nuestros propios panoramas. Las manos ligadas, las empujó el embrujo del instante.

En medio de mi propio desorden, volví mis ojos al misterioso acuario salino. La sensual calidez de la tarde y la morosidad del devaneo, me iba prendiendo morbosamente a los instantes que llanamente se aproximaban.

Preparé debidamente un pequeño cóctel, con ayuda de pisco peruano, limón centro-americano y una pizca de azúcar cubana, dispuse en la cigarrera unos tabaquillos “camell” y me forré de una ligera bata de seda. La dulce espera, excitaba metáforas de onírico erotismo.

La lujuria, parecía el escenario preconcebido a la ocasión. El timbre del teléfono irrumpió con un ruido inesperado que me hizo despertar sobresaltado de una complaciente modorra. Dudé en responder, para no entorpecer esa amable y fogosa espera. La insistencia del timbre, entorpeció mi imaginario y decidí volver a la rutina; Aló, dije la voz firme. ¿Quién? … en el mismo instante sonaba el timbre de la puerta..
Soy Rosalía…. En este momento estoy en el Aeropuerto, quería darte una sorpresa, pero la huelga de taxistas… dos segundos, dije a tono de disculpas, y me dirigí a abrir la puerta. Frente a mí, ella, dispuesta, serena y con la hermosura del preludio que incita al amor. Con abierto disimulo colgué el auricular, dando por terminada la pretendida sorpresa de Rosalía.

Marioska dio un largo paseo por la casa, como fotografiando para sí todos los rincones
de la casa.. Lucía espléndida, ataviada de una blusa casi-transparente , una minifalda muy sugestiva y unos tacones que hacían de su andar una danza de extraordinaria sensualidad.

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