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sábado, 28 de julio de 2007

ATOLONDRADO


Solía esperarla en aquel café esquina. Me encantaba desalterarnos en esa terraza luego de un día de arduo trabajo para luego dirigirnos al cine, cenar y luego terminar la noche abrazados en ese inolvidable cuartito que manteníamos en la calle Brasil.

Las sirenas de bomberos, distrajeron un tanto esa espera que empezaba a hacerse larga y odiosa. Completamente inhabitual en ella. Empecé a preocuparme al notar que mucha gente corría al lugar de un reciente accidente. Pagué la cuenta y decidí, empujado por una suerte de tardía premonición o mejor dicho, anacrónico fatalismo, de dirigirme al punto del bochornoso incidente.

Ahí estaba, tirada en el cemento, irreconocible, luego de haber salvado «in extremis» del brasero en que se convirtió su auto. Personal de la ambulancia tomaba todas las precauciones para inmovilizarla en la camilla en que debían conducirla a un centro de urgencia. No me permitieron acercarme, sin embargo me informé a que hospital la llevarían.

Corrí hasta el estacionamiento, puse el motor en marcha y me dirigí como un loco hasta el hospital Roberto del Río. No supe como llegué, nervioso, me encaminé a la sala de urgencias, allí la estaban desembarcando mientras una cantidad de personal de la salud, entre médicos y enfermeras, se precipitó sobre ella para atenderla lo más rápidamente posible.

No quería pensar en el desastre que habría provocado el fuego en su hermoso rostro, me dolía saberla sufrir. Quería revenir a la mañana en que nos despedimos. Empecé a maldecir mi suerte, su suerte. A golpear con furia las paredes. A tanto llegó mi desesperación que tuvo que intervenir personal del hospital para calmar mis nervios.

De pronto me pareció ridículo el sonido del celular, con unas de esas melodías de moda y que parecía burlarse de mi estado de semi-locura y desesperación. Mi primer impulso fue tirarlo lejos, sin embargo, respondí con la mejor voz que pude — Diga… no pude seguir, el habla se me cortó cegado por el nerviosismo casi a punto de soltar las lágrimas…

— ¿Qué te ocurre mi amor? ¿Te sucede algo? dijo ella con infinita preocupación… Es cierto que me demoré en llegar al café pues había un tremendo accidente….y…

© Monsieur James

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